jueves, 10 de junio de 2010

Intercarcel 66 - 2da Parte

I – Parte alta del noveno inning.

Tras un juego que había logrado mantenerse cero a cero hasta ese momento. “Los Moribundos del Corredor" sólo habían perdido a su jardinero central, ametrallado en el séptimo inning, en el suelo, justo antes de que se recuperara de un desball, un durísimo pelotazo en el tronco de la oreja que le propinara el descontrolado octavo pitcher que utilizaban “Los Reformados de Consolación”. Los guardias no se atrevieron a esperar a que se recuperara del pelotazo y temiendo una poco solidaria reacción de golpeado pelotero, decidieron cumplir allí mismo la sentencia que le había impuesto un juez una semana antes. El juego se retrasó más de media hora, que fue lo que demoraron los técnicos en retirar el cadáver y limpiar la sangre sobre el cajón de bateo.

Al bate, el receptor de los “del Corredor”. Ante una recta lanzada con mucho cuidado por el monticulista de relevo, el bateador toca la bola (con la mano, por supuesto) y, al quedar la pelota muy cerca del cajón de bateo, él mismo la coge y sale disparado corriendo hacia primera base...

Ante la mirada atónita de todos los jugadores, árbitros y testigos del partido (del partido de pelota, quiero decir), el corredor, con la bola en la mano, llega a primera base... y dobla para segunda... Los jugadores de cuadro, petrificados, observan como el bateador-corredor dobla por segunda, continúa hacia tercera y finalmente se lanza a toda velocidad para alcanzar el home... y finalmente se detiene sobre él, pisándolo con ambos pies (estaban obligados a jugar sin zapatos, "nada de spikes")...

La situación es tensa y confusa. Peor aún, compleja. Pues, aunque las reglas del béisbol niegan tajantemente la corrección de esta jugada, la peculiar condición del jugador que la realizaba, un condenado a muerte, sin nada que perder y con provocadoras ganas de que alguien le llevara la contraria, hacía que los miembros del equipo contrario mantuvieran una discreta y contenida actitud de espera a la reacción del arbitro, que debía cantar out o quieto, según su inapelable apreciación.

El árbitro, por su parte, a menos de medio metro del bateador corredor criminal y condenado a muerte, estaba cenizo... incapaz de respirar ni pestañar...

Un eterno segundo transcurrió antes de que alguien realizara algún movimiento. Y fue justo el árbitro, quien imperceptiblemente comenzó a mover su ojo derecho hacia la zona de las gradas donde se encontraban los guardias apuntando con sus ametralladoras a la cabeza del hombre posado sobre home, mientras su ojo izquierdo, el del arbitro, se mantenía firmemente clavado en aquel rostro expectante, que lo desafiaba indiferente a la decisión final, pues se sentía absolutamente victorioso: “o lo mato o anoté una carrera”.

La palabra emitida por el árbitro con voz apenas perceptible, a pesar de ser de sólo tres letras y casi un monosílabo, no había terminado de ser pronunciada cuando una andanada de más de diecisiete mil balas de 22 mm de calibre agujerearon el cuerpo del ex-catcher bateador corredor hasta llevarlo a la casi transparencia:

- OUT !!!...

- Tttrrrrrrrrrrrrrrrraaaaaatatatatatata!!!...

Y, a continuación, un instante, casi eterno también, de absoluto silencio...

De pronto, se escuchó un alarido proveniente de la caseta del home club, un estruendoso grito esgrimido a coro por “Los Moribundos del Corredor”, que levantados todos a una, se disponían a saltar sobre el terreno y hacer pagar al arbitro...

Pero, milésimas de segundos antes de que los integrantes del equipo de condenados a muerte se lanzaran al terreno, se escuchó un nuevo y descomunal grito del árbitro:

- QUIETOOOOOOOOOOOOOOOOOO!!!!... Fue ¡¡¡QUIETOOOOO!!!!!... QUIETO EN HOME... HOME RUN... JONRÓN, COÑOOO!!!… gritó el arbitro, a pleno pulmón, rectificando su decisión de un instante atrás...

Y, en seguida, tras otro casi eterno instante de absoluto silencio, un alborotador y colectivo salto de alegría, abrazos y gestos de asentimiento entre todos los que se encontraban en el estadio esa tarde, incluyendo a “Los Reformados de Consolación", a pesar de resultar afectados en el marcador.

En menos de medio segundo la pizarra manual del estadio del Correccional "La Pimienta", de Batabanó, donde se celebraba la gran final del "Intercarcel 66", señalaba ya el 1 - 0 favorable a "Los Moribundos del Corredor" y la algarabía llenaba todos rincones en un kilómetro a la redonda.

En el sitio donde debía encontrarse la almohadilla del home, un amasijo de trozos de carne, tiras de traje de pelotero y trocitos de seso mezclados con sangre y plomo, testificaban que en la parte baja del noveno inning, en el posible final del disputado juego, "Los Moribundos del Corredor" no dispondrían de catcher en la receptoría... Al menos, no de catcher propio.

Fue justo esa circunstancia la que propició que me convirtiera en testigo y co-protagonista de una jugada similar a la que visualizamos en el video de la primera parte y que contaré en el siguiente post.

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